José María Sánchez

Hch 2:42-47 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.

Los cristianos no solo estamos unidos con un compromiso con Cristo, sino que también estamos unidos por un compromiso con la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo.

1Jn 4:20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?

Jesús no se propuso solamente salvar personas y mantenerlas en aislamiento, se propuso edificar una iglesia, una comunidad. Y esa asamblea está en el centro del plan de salvación de Dios para la humanidad.

Como Pablo indica a a los Efesios: Efe 1:22-23 “y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.”

Solemos ver a la iglesia primitiva de forma romántica, nos fijamos en su impulso evangelístico, el poder de Dios que se movía en medio de ella, de como impactaba al mundo que le rodeaba, y nos olvidamos de las herejías, problemas de pecado, inmoralidades, rivalidades y demás, que también tenían.

Pero aun siendo realistas en nuestras apreciaciones respecto a la Iglesia primitiva, hemos de reconocer que era una Iglesia renovada e impulsada por el Espíritu Santo. Lucas en el libro de hechos nos hace un breve bosquejo de algunas de sus características, que bien podríamos imitar.